Fotorrelato: Brown Hill
Observen esta foto; todos creen que es la última que se hizo Doris. Estamos posando delante del lago de Brown Hill, en medio del bosque de Brown Hill, a unas millas de Brown Hill, mi pueblo, el mismo día que finalizaron las clases. Recuerdo que Slipper, tras hacernos la foto, nos guiñó un ojo, se acercó al Chevrolet de su padre y regresó con una botella de bourbon aún precintada. Miren la sonrisa de Doris, mírenla a ella. Quizá penséis que no es bonita, que tan sólo es graciosa; que su barbilla se alarga en exceso, que su nariz recuerda a la de un joven boxeador con ganas de pelear. Todo eso ya lo sé, creo que soy quien más veces ha contemplado su cara, pero tendríais que haberla oído reír aquella tarde mientras apurábamos la botella. No sé qué pudo pasarme. Quizá fue la sorpresa de su cuerpo desnudo lanzándose al lago, de sus carcajadas, de sus brazos en los hombros de Slipper. Se perdieron durante un rato mientras yo me hacía el borracho; luego regresaron, súbitamente callados, Doris, mi novia, y mi gran amigo Slipper. Ni siquiera a él le he mostrado la última foto que le hice a Doris, blanca y hermosa, mientras se hunde en el lago de Braun Hill. Los dos la hemos echado tanto de menos.
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